Aché

Se llaman a sí mismos Aché, que significa "persona real".
Estos indígenas llaman la atención por el color claro de su piel y sus ojos y por las barbas de sus hombres, que los diferencian de la selva oriental. También se ha sugerido que descienden de pueblos exóticos como los vikingos, los japoneses u otros pueblos asiáticos.
La tribu guaraní se refiere a ellos de forma despectiva como "Guayaki", que significa literalmente "rata del bosque".
Viven en la región oriental de Paraguay, más precisamente en la Cordillera del Mbarakajú, que divide la cuenca del río Paraguay de la del río Paraná, y otras zonas selváticas no especificadas.
Se conocen varios grupos de Aché con características culturales y dialectales propias, que aún no han sido estudiadas sistemáticamente.
Según el Tercer Censo Nacional de Población y Vivienda de los Pueblos Indígenas de 2012, hay aproximadamente 2000 Aché.
En los asentamientos actuales, los Aché utilizan el coloquial "guaraní-paraguayo", pero siguen conservando su lengua Aché, que incluye un largo vocabulario de palabras específicas de la vida en la selva, que no tienen equivalente.
Los Aché se resistieron enérgicamente a los blancos, por lo que fueron objeto de una brutal persecución. En 1941, el académico Miraglia escribió: "Para los campesinos paraguayos del este, matar a un Aché no sólo no es un crimen, sino una acción digna, como cazar un jaguar". Veinte años más tarde, el mismo Miraglia informaba de que la situación había empeorado porque "los Aché, cuyos cotos de caza disminuyen progresivamente, impulsados por el hambre, saquean las plantaciones de maíz y mandioca y sacrifican el ganado para alimentarse... los esclavistas organizan verdaderas partidas de caza en su busqueda".
Los Aché sufrieron repetidos abusos por parte de las colonias, los ganaderos y los grandes terratenientes. La necesidad cada vez mayor de escapar de estos abusos probablemente llevó a algunos grupos Aché a adoptar prácticas extremas, como el asesinato voluntario de individuos demasiado viejos o enfermos para ser una carga para la supervivencia del grupo. En un territorio de veinte mil kilómetros cuadrados, estaban confinados en dos reservas de poco más de 50 kilómetros cuadrados. Los Kuetuvy Aché fueron expulsados de la región de Mbaracayú en la década de 1970, pero lograron regresar en el 2000.
Antes de quedar reducidos a una reserva, los Aché eran nómadas y muchas de sus costumbres se basaban en la rapidez de los desplazamientos, utilizando refugios temporales como viviendas. Viajaban en pequeños grupos, organizados en comunidades políticamente independientes que controlaban sus cotos de caza. Las comunidades se basaban en redes de parentesco que compartían alimentos y refugio.
El poder político entre los Aché era no autoritario y no coercitivo. El líder "Berugi" era elegido por su capacidad de hablar. Las decisiones se tomaban por consenso y si el líder era incapaz de satisfacer las necesidades de su pueblo, permitía que se eligiera un sucesor.
En las reservas, la situación política se invirtió y los hombres más jóvenes empezaron a dominar a los mayores, que tenían el poder político en la selva, porque los jóvenes se adaptaron más rápidamente a las nuevas costumbres y tecnologías y al idioma español.
La relación entre el hombre y los animales es fundamental en la cosmovisión Aché, hasta el punto de que sus nombres propios se forman a partir del nombre de una especie animal, al que se añade el sufijo -gi. El proceso de nombramiento precede al nacimiento y se lleva a cabo en los últimos meses de embarazo por la madre, que elige el animal entre los diferentes tipos de caza. A través de la elección del nombre del animal cazado, se crea una relación social entre la mujer, su marido y el cazador que le ofreció la carne elegida. La carne es la base de su dieta y los hombres que la consiguen son respetados por su habilidad en la caza, también cazan para obtener miel. Sus arcos son muy resistentes y de más de dos metros de longitud, fabricados con madera de palma de Pindó. Las mujeres extraen la fibra de la palma y recogen los frutos y las larvas de los insectos. También cuidan de los niños y trasladan el campamento, que se mueve casi a diario. La comida se prepara y se comparte por igual entre todos los miembros del grupo.
La poligamia es una práctica generalmente aceptada en ambos sexos y el aborto está permitido, pero el incesto está prohibido.
En las reservas, los Aché han desarrollado un nuevo modo de vida. Por ejemplo, en la reserva de Chupa Pou, desde 1989 hay una escuela, una consulta médica, una tienda y un campo de fútbol. Con el tiempo, los Aché más jóvenes han aprendido la técnica de la agricultura de "tala y quema" y la cría de animales domésticos. Desde 1989, Chupa Pou ha recibido el título legal de reserva y la comunidad ha empezado a gestionar una tienda de forma cooperativa. Sin embargo, esto no cambia su condición porque siguen estando entre los más pobres de Paraguay.
La comunidad de Puerto Barra, donde se construyó el Museo Verde, es también una especie de cooperativa bien organizada, que destina una parte de sus tierras al cultivo de soja y otra a la producción de hortalizas.
También tienen una pequeña ganadería, un gallinero, un comedor, una escuela y una clínica dental.
La comunidad de Puerto Barra también tiene dos particularidades. En primer lugar, se diferencia de otras comunidades indígenas en que, en contra de una antigua y hasta ahora estrictamente observada praxis, ha elegido a una mujer como su cacique. También organiza una reunión anual llamada "Semana Cultural Aché", en la que participan otras comunidades de la misma etnia y que se está consolidando como una valiosa herramienta para la preservación y valorización de su identidad.
El desarrollo socioeconómico, que garantiza unas condiciones de vida espartanas pero dignas y un clima de serenidad que se percibe inmediatamente en los contactos con los miembros de la comunidad, se deben a la actividad hecha por Bjiarne Fostervold y su familia que llevan varias décadas participando activamente en la comunidad. El propio Fostervold recuerda el momento en el que, de pequeño, siguiendo a su padre, fue testigo del primer encuentro del pueblo Aché, que luego se instaló en Puerto Barras, con los blancos.
“Hace cincuenta años, a principios de 1972, éramos tres" dice "mi padre, don Alejo y yo. Estábamos caminando en la vegetación cuando vimos un camino. Mi padre dijo que era de los Aché. Seguimos el camino hasta llegar a un campamento. Cerca de allí se oían disparos: Las palmeras pindò estaban siendo cortadas. Oímos voces, a un lado y al otro, que hablaban un idioma incomprensible. Mi padre dijo que no era posible ir más allá. Nos volvimos y mi padre caminó 80 kilómetros, hasta que se encontró con un Achè llamado Lorenzo Cracovia, que hablaba un poco de castellano y guaraní. Estaba en un estado de esclavitud, pero obtuvo el permiso de su amo para acompañarles a conocer a los nativos como intérprete. Meses después volvimos a la región de Aurora. Nos adentramos en una zona rica en enormes naranjas. Cruzamos el río sobre el que los Aché habían arrojado dos troncos de árbol talados a modo de puente. Nos sorprendió una violenta tormenta con truenos y relámpagos. Entramos en el campamento, los Achè se escondían, aterrorizados. La ruta de sus migraciones habituales había sido cortada por la deforestación, no podían llegar a los lugares donde recogían sus alimentos y estaban hambrientos, cazados incluso por los perros. Les ofrecimos un poco de arroz y pasta que teníamos con nosotros. Les hicimos una propuesta de amistad, pero no confiaron en nosotros. Después de siglos de deslealtad y traición del hombre blanco, no se les podía culpar. Intentamos seguirlos durante otras dos semanas, pero caminaron por los arroyos para que se perdieran sus huellas. Pasaron más de tres años. Fue solo en 1976 que conseguimos establecer un contacto estable". Así comenzó la historia que llevaría a la creación de la colonia de Puerto Barra.